Muy probablemente el lugar más dinámico y rebosante de vida en la ciudad es el Mercado Central de Atarazanas. Sin temor a equivocarme puedo deciros que ahí se ejecuta cotidianamente la puesta en escena de una fascinante mezcla de olores y sabores que dan cuenta de la amplia riqueza culinaria de una ciudad que vive mirando al mar.
A diario llegan del mar y de la tierra productos provenientes de parajes próximos y de rincones lejanos: mariscos frescos recién pescados, frutas provenientes de cualquier esquina del mundo, quesos y jamones de la serranía malagueña, verduras que crecen en las huertas cercanas, almendras frescas, aceitunas de todo tipo o condimentos satisfechos de colores, son sólo algunos de los productos que destacan entre una impresionante variedad que es anunciada por un coro matutino de alegres voces.
A pocos metros del Río Guadalmedina, en lo que era el antiguo astillero naval durante la época de Al Ándalus, se localiza la madera culinaria de la ciudad. Al Mercado se accede a través de la antigua puerta nazarí de mármol blanco que cumple cabalmente con la tarea de sincronizar la historia de una ciudad que ya desde la época fenicia constituía el epicentro del intercambio comercial en la zona del Mediterráneo occidental, por lo que aquí es posible saborear la cadencia del tiempo que se aloja en un edificio que rezuma historia.
Construido entre 1876 y 1879 por el arquitecto Joaquín de Rucoba, quien además construyó la Plaza de Toros de la Malagueta y el Parque de Málaga; en un guiño al Mercado parisino de Les Halles, Rucoba forjó una estructura metálica enmarcada por un gran arco de medio punto que en su fachada trasera luce una cristalera de ciento ocho paños en los que se retratan distintos monumentos de la ciudad. Declarado Bien de Interés Cultural en 1979, el Mercado Central de Atarazanas está abierto de lunes a sábado, de 8:00 a 14:00 horas. Y, por si fuera poco, cuenta con un par de bares para hacer una parada, respirar y saborear el ritmo y la sazón de la ciudad.