Trocitos de la Plaza de la Merced se juntan en la memoria hasta dibujar las cuatro esquinas en donde se entrecruzan las diferentes historias que se han dado cita a una misma hora. Al fondo se escucha una voz que, engalanada con su traje de actuación, entona, entre terrazas,
siempre la misma canción: “Cantinero de Cuba, Cuba, Cuba…. Cantinero de Cuba, Cuba, Cuba”…, retorna una y otra vez el estribillo que insiste en recordar que “solo bebe aguardiente para no olvidar”.
De la esquina Noreste nace la leyenda de la casa que vio venir al mundo a Pablo Ruiz Picasso. Convertida hoy en la Casa Museo Natal del artista, este edificio de esquinas redondas que viste alegres balcones de forja aloja un importante repertorio de la obra gráfica del autor, así como un acervo de más de cincuenta libros ilustrados por él y por otros artistas como Joan Miró, Marc Chagall o Max Ernst.
Desde la esquina opuesta a la Casa Natal del pintor se observa la torre con rasgos de estilo mudéjar perteneciente a la Iglesia de Santiago, en la que fue bautizado el pequeño Picasso en el año 1881. Siguiendo, en línea recta por la calle Granada, encontramos los rastros de un pasado andalusí: calles estrechas de naturaleza laberíntica se unen con trazos modernos que de pronto se ensanchan para retornar enseguida a la forma de su zigzagueo original.
De nuevo en la Plaza de la Merced, de la esquina Suroeste, en donde antiguamente se encontraba el mítico Cine Astoria, asoma la falda del Monte Gibralfaro que aguarda con una panorámica de la Alcazaba si miras por todo lo alto. Finalmente, proveniente de la esquina Sureste aparece justo a tiempo el bullicio que anuncia el ir y venir de un Centro Histórico lleno de vida, en el que perseveran bares, restaurantes, galerías de arte o lugares para adquirir antigüedades, así como una extensa zona de museos, cafeterías y cautivadoras librerías que invitan a volver a la Plaza con un buen libro bajo el brazo.