Málaga extiende su horizonte de playas en kilómetros de arena por toda su costa. Itinerario vital de olas desde Manilva y Estepona, a Marbella, Fuengirola, Mijas, Benalmádena, Torremolinos, ciudad, el Rincón, Torre del Mar y Nerja y más. Costa del Sol, amable en sus grados, clara en su arenisca, verde en sus bosques, altiva en sus palmeras, diáfana de sol hasta más allá de la noche, salada de agua marina, helada en sus tintos de verano, copiosa en sus espetos de sardinas, boquerones y calamaritos. Málaga es la sede de cualquier verano largo, fulgor de idilios transitorios, tal vez eternos.
Los niños hacen castillos precarios en la arena, los adultos imaginan un castillo de proyectos mientras descansan. Playa que permite edificar una vida. Una ola empuja lo imposible, una oportunidad o bien el rapto de un sueño. Su frescor cobija. El sol de Málaga alimenta los cuerpos y los barniza de miel dorada y oscura.
Cada playa se viste de amanecer en las barcas de pesca, en el vuelo de las aves. Cada atardecer se enmascara de naranja y fuego que da paso a una noche luminosa de lentejuelas, fiesta y tertulia.
En lo que tarda una ola en llegar y en su resaca, se oculta un deseo en mayúsculas, un trabajo y un empeño antiguo. Atrapar las olas se convierte entonces en un ejercicio de riesgo, porque se trata de atrapar lo que nos servirá en el invierno y en los años venideros. Quién diría que una ola marca el ritmo de todo un trayecto. Olas sucesivas, gaviotas y horizonte dibujan el verano más deseado: el alba y el ocaso sin nada que echar de menos, sin que duelan las horas, sin temor a la noche.
La provincia de Málaga tiene la costumbre ancestral, histórica, de acoger a los extraños como gente propia y vecinos que hablan alemán o inglés. A nadie expulsa y a nadie infravalora: los nórdicos, los británicos, la jet set, los famosos del papel couché; o los españoles de interior, los centroeuropeos, los de cualquier parte del planeta. Cualquiera es malagueño en sus playas, tumbado en su nación de azules brillantes y cielos nocturnos que retan a lo negro.
En Málaga, entre olas y ocasos, nos espera el Hammam Al Ándalus para prolongar el placer del agua, su sanación, su designio de oxigeno y frescura cuando el aire se espesa y tenemos solo unos días para resucitar después de tanto esfuerzo. Y no es en vano, estamos para completar las vacaciones, el descanso del espíritu, la cultura del agua.
Una playa augura el mundo que vendrá, iniciativas y anhelos, principio para el curso nuevo, primer renglón de nuestra caligrafía vital. Una playa en verano siempre remite a Málaga y sus costas, por España, Europa y el mundo, porque esta ciudad regala un retazo de paraíso: museos, sol, arena, mar, sur resplandeciente, historia patrimonial, clima maravilloso, comida para elegir, actividades para escapar de la rutina. Y playa, siempre playa, y siempre el agua gobernando la existencia.